Introducción
Color y Cesía: dos aspectos de la apariencia visual de los objetos.
El color como concepto psicofísico.
Radiación visible y color.
Para muchas personas, es habitual pensar en el color como una propiedad de los objetos.
Se dice que tal objeto es rojo, verde, amarillo, azul, etc. ¿Es correcta esta manera de considerar el color? Supongamos que estamos en una habitación iluminada en presencia de varios objetos a los cuales vemos como si poseyeran determinados colores. ¿Qué sucede si apagamos la luz o cerramos las persianas de manera que no penetre la luz solar? Evidentemente, al quedarnos a oscuras todos aquellos colores que antes veíamos desaparecen, todo se vuelve negro. ¿Qué sucede si en lugar de la luz solar que penetra por la ventana o de la lámpara incandescente iluminamos la habitación con una lámpara a la que hemos puesto un filtro de color, por ejemplo azul? Si se hace la prueba, podrá observarse que la mayoría de los objetos cambian de color. Estas sencillas demostraciones nos permiten intuir que el color no está en los objetos como un atributo propio. Si así fuera, ¿porqué lo habrían de perder por el simple hecho de que hayamos
eliminado la luz, o la hayamos cambiado por otra? Nosotros sabemos que los objetos siguen estando allí, los podemos tocar por ejemplo, para comprobar que no han desaparecido. Sin embargo perdieron el color, o lo cambiaron. La conclusión es que la materia, por sí misma, no es coloreada.
Antes afirmamos que la materia no era coloreada, ahora decimos que la luz tampoco lo es. ¿Dónde reside entonces el color?
Una vez más el razonamiento nos lleva a desviar el objeto de nuestra consideración y a centrarlo en algo diferente. En este caso nos vemos impelidos a considerar al organismo que percibe como un factor importante que hace a la existencia del color.
Se puede definir entonces al color como un tipo de sensación visual producida por las radiaciones lumínicas, sensación que varía con la distribución espectral de la radiación recibida. La visión de los colores necesita por un lado de un estímulo físico —la radiación lumínica— que puede ser producida por el sol o por fuentes de luz artificiales, y por otro lado de un organismo que reciba dicha radiación transformándola en una percepción sensorial. Los objetos que nos rodean cumplen el papel de modificar la radiación lumínica a través de la absorción de una parte de ella (ciertas longitudes de onda del espectro) y reflejar o transmitir el resto produciendo diferentes distribuciones espectrales que son los estímulos para la variada y extensa gama de sensaciones diferentes de color.
Debemos considerar al color como un concepto psicofísico, como lo definiera la Optical Society of America a través de su Comité en Colorimetría (1953: 10-13), es decir, con una componente física, la energía radiante —sea que provenga directamente de las fuentes de luz o que venga modificada por los objetos no luminosos— y una componente psíquica, la sensación producida en un observador. Cualquier fenómeno donde falte alguna de estas dos componentes no puede ser considerado como color. Por un lado, el color no se da fuera del organismo que lo percibe. Así, podemos suponer un planeta deshabitado donde llega la luz del sol; en este caso hay radiación, pero al no haber ningún organismo que perciba esa radiación el fenómeno que llamamos color no
existe. Por otro lado podemos suponer un ser humano completamente aislado en una habitación donde no entra la luz del sol ni hay luz artificial; aquí existe entonces un organismo equipado con un sistema capaz de ver colores, pero al no haber radiación el color tampoco existe. Se excluye del concepto de sensación de color al hecho de recordar o soñar colores o de “ver” colores mediante alguna estimulación inusual del sistema visual, por ejemplo durante operaciones quirúrgicas.
La radiación incide sobre las superficies de los objetos y éstos tienen la propiedad de absorber diferentes porciones del espectro total. Lo que recibimos como sensación de color es la porción de radiación visible que estas superficies no absorben, lo que reflejan o transmiten. Es decir que el color percibido no es una propiedad intrínseca de los objetos, sino que depende de la radiación visible reflejada o transmitida por los mismos. Esta radiación reflejada o transmitida no siempre es constante para el mismo objeto; depende, entre otros factores, del tipo de luz con que está iluminado. Por ello, no debe verse a los objetos como poseyendo un color propio determinado. Así, el decir que la nieve es blanca o que los girasoles son amarillos es incorrecto. Si dichos objetos son vistos bajo la luz directa del sol, las sensaciones de color producidas serán, en efecto,
blanco y amarillo respectivamente. Pero en ausencia de iluminación tanto la nieve como los girasoles, como cualquier otro objeto, producirán la sensación de negro. Si iluminamos con luz de color cian (azul verdoso) veremos la nieve cian y los girasoles verdes, mientras que con luz azul (azul violáceo) la nieve parecerá azul y los girasoles negros.
La síntesis aditiva y la mezcla sustractiva.
Las nociones vigentes respecto de la visión del color se basan en la teoría tricromática, que tiene su origen en el siglo XIX con el físico inglés Thomas Young (1801, 1802) y es desarrollada posteriormente por el físico y fisiólogo alemán Hermann Ludwig von Helmholtz (1866 [1962: vol.II, 141-72]). Esta teoría afirma que nuestra retina está equipada con tres tipos de receptores sensibles a tres gamas de longitudes de onda: una en cada extremo del espectro, la radiación que produce la sensación azul y la radiación del rojo, y una banda central del espectro que corresponde al verde (2). Las diferentes sensaciones de color se dan por las distintas proporciones en que se mezclan estas tres radiaciones básicas o primarias.
Esto se comprueba haciendo lo que se denomina síntesis o mezcla aditiva, la mezcla de luces de color. Proyectando tres luces monocromáticas, una roja, una verde y una azul (3) y haciéndolas superponer parcialmente, vemos que allí donde se superponen el rojo y el azul aparece como mezcla óptica un color que se denomina magenta, allí donde se superponen el rojo y el verde aparece el amarillo y allí donde se superponen el verde y el azul aparece un color que se denomina cian. Esto sucede en la mezcla de a pares. Ahora bien, en la combinación de las tres luces aparece el blanco como la sumatoria de las tres radiaciones básicas (Figura 2).
Podemos encontrar ejemplos de mezcla sustractiva en las técnicas de impresión en artes gráficas, en la fotografía, en la pintura, etc. Aparatos que imprimen o reproducen imágenes en color, tales como las fotocopiadoras láser y las impresoras a inyección de tinta, se basan en este principio. Las diapositivas fotográficas contienen sustratos con emulsiones sensibles a la luz; la emulsión sensible a la luz azul produce una coloración amarilla, la sensible a la luz verde forma una coloración magenta, mientras que la sensible al rojo forma cian.
Las impresiones gráficas en color se realizan con tintas transparentes de tres colores: amarillo, magenta y cian. Estas tintas actúan a modo de filtros, sustrayendo radiación del fondo blanco. Toda la variedad de colores intermedios, inclusive el negro, se obtiene mediante tres tramas de puntos impresas con cada una de las tres tintas que se superponen entre sí, solapándose, ya de a dos, ya de a tres, y que interactúan con el fondo blanco. El color blanco se obtiene sencillamente dejando el papel sin imprimir; los distintos valores de claridad de cada tono se logran con la variación de la densidad de las tramas. Esta técnica es conocida como tricromía, aunque habitualmente, con el fin de lograr mayor detalle en las imágenes y colores negros más definidos, se utiliza una cuarta trama de puntos impresa directamente con tinta negra, con lo cual el procedimiento se transforma en una cuatricromía. En rigor, en este procedimiento están interviniendo los dos tipos de mezcla, la aditiva y la sustractiva, por lo cual algunos autores (por ejemplo Fabris y Germani 1972 [1973: 34-36]) caracterizan una tercera modalidad como síntesis mixta. La mezcla sustractiva se da cuando las tintas transparentes se superponen al blanco o entre sí, pero cuando entre los puntos de la trama quedan intersticios se produce mezcla aditiva, ya que en el ojo se funden los estímulos de los puntos coloreados y de los intersticios blancos, dando como resultado un color más claro. Así, por ejemplo, un rosado tenue es el resultado de una trama magenta de poca densidad que interactúa con el fondo blanco.
En la técnica pictórica de la acuarela, el pigmento es diluido en agua, con lo cual la materia cubriente resulta ser una delgadísima capa transparente que actúa como un filtro, sustrayendo radiación del soporte blanco. Mediante la aplicación de capas sucesivas, el pintor logra los tonos más oscuros. En las técnicas que utilizan pigmentos opacos, como por ejemplo la pintura al óleo, la sustracción se produce directamente en la paleta del pintor cuando él mezcla los distintos pigmentos.
Terminología. Acepciones del término “color”.
La palabra “color” suele utilizarse para aludir a cosas diferentes: (1) cuando extendemos una pintura sobre una superficie decimos que estamos pintando con un color, y así materiales como los pigmentos, las tinturas, etc. son designados con nombres de colores; (2) decimos también que las luces monocromáticas, como las que utilizan los iluminadores de teatro por ejemplo, y la luz que reflejan o transmiten los objetos son colores, y así la composición espectral de la luz o la reflectancia o transmitancia espectral de las sustancias también son designadas con nombres de colores; (3) asimismo decimos que lo que ven nuestros ojos son colores; (4) decimos, finalmente,
que tenemos sueños en colores o que pensamos o recordamos colores. En el primer caso aplicamos el término “color” a un pigmento colorante, en el segundo caso a un aspecto puramente físico como es un determinado tipo de energía radiante, en el tercer caso a una aprehensión de nuestro órgano de la vista, en el cuarto caso a un proceso puramente mental en el cual no interviene la retina.
Como vimos en la sección anterior, el color no está aisladamente en el objeto pigmentado, ni en la luz, ni en la retina, ni en la mente, sino que es una interacción entre todo ello. Si queremos expresarnos con propiedad, deberíamos reservar la palabra “color” para denominar al fenómeno psicofísico total y hablar de colorante, radiación
lumínica, sensación o actividad mental cuando se quiere aludir a los factores aislados que por sí solos no son color.
Por otra parte, a veces se designa como colores solamente a los tonos cromáticos, excluyendo el blanco, el negro y los grises de esta categoría. Arthur Pope (1949: v, 4), adoptando este criterio, habla de tonos en general, a los que subdivide en cromáticos (o colores) y acromáticos (o neutros). Los tonos coloreados, o simplemente colores, son aquellos —según Pope— que pueden ser distinguidos unos de otros por sus diferencias de tinte, valor4 e intensidad,5 mientras que los neutros solo pueden ser distinguidos por diferencias de valor. Éste es un uso restringido del término “color”.
Nosotros, por el contrario, de acuerdo con la Optical Society of America (1953: 13-14), Evans (1974: 32), Ostwald (Jacobson, Granville y Foss 1948: 3) y otros autores, tomaremos la palabra “color” con un sentido amplio, es decir, considerando colores tanto a los cromáticos como a los acromáticos. Los colores cromáticos son aquellos en que está presente la variable de tinte, mientras que los neutros o acromáticos son aquellos en que esta variable está completamente ausente. Son colores el blanco, el negro y la escala de grises tanto como lo son el rojo, el verde, el amarillo, el azul y los otros tintes.
La cesía y su relación con el color.
Consideremos --desde el punto de vista físico-- los procesos que puede seguir la luz al incidir sobre un objeto. Dependiendo de las características del objeto, la luz puede ser:
Estas situaciones son graficadas en la Figura 5. No se consideran los procesos de refracción, ya que los mismos consisten en una desviación de la luz que produce principalmente una alteración visual de la forma, y no estamos tratando aquí con esta clase de fenómenos. En la parte superior de la Figura vemos las formas básicas de distribución espacial de la luz, o sea, los estímulos para la cesía. En la parte inferior vemos cuatro ejemplos que se corresponden con la parte derecha del cuadro superior: las sensaciones visuales de opacidad mate, opacidad espejada, traslucidez y transparencia.
Es importante destacar la diferencia entre los estímulos que producen sensaciones de color y aquellos que son vistos como cesías. En el caso del color el estímulo depende de una distribución selectiva en relación con la longitud de onda y la intensidad de la radiación. En el caso de la cesía el estímulo depende de la distribución espacial de la luz (y también de su intensidad), sin tener en cuenta su longitud de onda. En este sentido estamos tomando al color con un significado estrecho. Nótese que esto coincide con la terminología usual. Cuando hablamos de cierto color podemos especificar un rojo claro o un amarillo oscuro, un rojo puro y vivaz o uno grisáceo. En estos casos, los adjetivos son pensados como pertenecientes a las propiedades del color, a tal punto que nuestro lenguaje posee palabras individuales o nombres de colores especiales para algunos de aquellos tonos: por ejemplo rosa, marrón, escarlata, terracota y otros. No sucede lo mismo cuando hablamos de un color transparente, mate o brillante. En tales casos el color es pensado como el mismo y los diferentes aspectos tienden a ser vistos como características pertenecientes al material pero externas al color.
El sistema de ordenamiento, o sólido de las cesías
Las cesías con permeabilidad constante se organizan en planos triangulares donde varían la difusividad y la absorción. En la Figura 8a se percibe que el 100 % de la luz no absorbida pasa a través del material. Esto puede parecer confuso porque en dicha Figura realmente vemos distintas cantidades absolutas de radiación transmitida. Permítaseme explicar esto. La diferencia entre la radiación incidente, que es tomada como un 100 %, y la remitida, ya sea representada por un solo número o por la suma de dos radiaciones distintas, es la cantidad absorbida. A pesar de que las diferentes cantidades de absorción dan como resultado distintas cantidades absolutas de radiación que se percibe como transmitida, en todos los casos dentro de este plano el total de radiación no absorbida se ve por transmisión. Es en este sentido que se dice que la permeabilidad es del 100 % (ver la definición de permeabilidad) y que se mantiene constante para todo el plano. En la Figura 8b se ve que el 50 % de la luz no absorbida pasa, mientras que el otro 50 % es reflejado, de tal manera que la permeabilidad es constantemente igual al 50 %. En la Figura 8c se percibe que la cantidad total de luz es reflejada, así que la permeabilidad es del 0 % en la totalidad del plano. Estos planos representan solamente los dos casos opuestos y uno intermedio. La permeabilidad puede variar de manera continua desde 100 % a 0 % o, expresándola por medio de coeficientes, de 1 a 0.
Podemos observar que hay un punto común a todos los planos de permeabilidad constante. Es el que corresponde a la cesía totalmente absorbente, en el vértice inferior de los triángulos. Consecuentemente, es posible vincular estos planos por ese punto, y el resultado es una secuencia que produce un sólido como el de la Figura 7.
Dentro de cada plano de permeabilidad constante, a lo largo de líneas horizontales encontramos cesías con absorción constante (Figura 9a), mientras que a lo largo de líneas convergentes al punto de absorción total encontramos cesías con difusividad constante (Figura 9b).
Si tomamos las líneas horizontales de absorción constante para todos los planos de permeabilidad constante (cada línea está a la misma distancia del vértice en los diferentes planos), obtenemos planos horizontalmente curvados que contienen cesías de absorción constante para cada plano. La absorción también varía desde un 100 % (absorción total) hasta un 0 % en porcentajes o desde 1 a 0 en coeficientes (Figura 10b). Si tomamos las líneas convergentes de difusividad constante para todos los planos de permeabilidad constante (cada línea posee la misma pendiente en los distintos planos), obtenemos planos convergentes que contienen cesías de difusividad constante para cada plano. La difusividad también varía en términos porcentuales desde 100 % a 0 % o, en coeficientes, desde 1 a 0 (Figura 10c).
Estas dos series de planos y la serie de planos de permeabilidad constante (Figura 10a) son las tres correspondientes a las variables o dimensiones adoptadas para el análisis de la cesía.
La cesía y el color
Un mismo color puede aparecer con varias cesías diferentes (Figura 5, abajo) y, a su vez, una misma cesía puede darse en cualquier color (Figura 11). Cuando la distribución espacial de la luz es selectiva en relación con la longitud de onda, tenemos cesías cromáticas, cuando no es selectiva, tenemos cesías acromáticas (7). Ahora bien, el estímulo para el color puede ser producido por fuentes primarias (objetos que emiten luz) o por fuentes secundarias (objetos que reflejan o transmiten luz que proviene de otra fuente). Tanto en una fuente primaria como en una fuente secundaria puede haber variación de color, pero las variaciones de cesía solamente ocurren en fuentes secundarias, es decir, en objetos que alteren la distribución espacial de la luz que reciben.
Consideraciones en relación con el diseño
Por medio de este sistema —junto a los sistemas de color— las características visuales de los productos diseñados pueden ser controladas de manera consciente, utilizando reglas armónicas predeterminadas. Diferentes materiales, tales como plásticos, vidrio, metales, pinturas —que pueden cubrir un cierto rango de cesías— podrían ser producidos como para ofrecer gamas ordenadas y homogéneas de cesías.
La notación de las cesías puede tener aplicaciones sumamente útiles. Considerando que las palabras disponibles para designar sensaciones de cesía son muy escasas y ambiguas en muchos casos, la notación facilita la especificación de las cualidades requeridas para un determinado producto así como la fijación de las correspondientes tolerancias. Esta notación provee de una fórmula diferente y unívoca para cada una de las infinitas cesías.
Así como a partir de los sistemas de ordenamiento del color pueden estudiarse y especificarse con toda exactitud las paletas cromáticas utilizadas en períodos, estilos y obras arquitectónicas, a partir del sistema de ordenamiento de las cesías pueden determinarse las “paletas de cesía”. Un caso interesante y digno de ser estudiado en este sentido es el ejemplo de la Figura 12. Por otra parte, de la misma manera que puede hablarse de una semiótica del color, de los significados atribuidos a los colores, del funcionamiento del color en el entorno natural y cultural, de la psicología del color y de la ilusiones visuales cromáticas, y así como pueden estudiarse estos aspectos valiéndose de los sistemas de ordenamiento del color como instrumentos, también hay un enorme campo abierto para aspectos semióticos y psicológicos de la cesía (ver Caivano 1997, 2000).
Los artistas y diseñadores pueden sentir que sistemas de esta clase van en contra de la espontaneidad, la libertad o la inspiración. Esto es una manera de pensar completamente errónea. Un sistema como éste, o como los sistemas de color, contiene —al menos en forma abstracta— el completo universo de posibilidades. En este sentido, estos sistemas no restringen la libertad. Todas las elecciones están allí. No hay nada que perder conociéndolos y, por otro lado, hay algo que ganar: cuanto más conocemos más abierta está nuestra mente a nuevas posibilidades.
Notas:
2) La existencia de tres tipos de conos (los fotoreceptores especializados en detectar color) en la retina fue confirmada durante el siglo XX. No obstante, se comprobó también que más allá de la retina, la transmisión de información cromática hasta la corteza visual en el cerebro no se produce por tres canales que llevan directamente el impulso nervioso, sino de manera más compleja, en un proceso que implica más bien canales de oponencias cromáticas.
3) En lugar de azul a veces suele decirse violeta; en realidad se trata de un azul violáceo.
5) Pope llama intensidad a la variable que otros autores denominan saturación o cromaticidad; también estos tres términos pueden considerarse en general como sinónimos, aunque los dos últimos son preferibles.
6) Los antecedentes y primeros desarrollos del sistema de cesías puden verse en Caivano (1990, 1994, 1994a).
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Sistemas de ordenamiento del color
En la mayoría de los sistemas existen ciertos puntos clave donde se ubican los colores que se consideran primarios o principales, en relación a otros considerados como secundarios, derivados o intermedios. Este tema de cuáles son los colores primarios y cuáles los secundarios suele prestarse a muchas confusiones. En realidad no existe un criterio único para definirlos; ello depende de con qué filosofía está construido cada sistema en particular, qué aspecto del color describe y organiza o en qué basa sus combinaciones —color-luz o color-pigmento, síntesis aditiva o mezcla sustractiva, estímulo o sensación de color— y a qué usos está destinado. Así, por ejemplo, para un sistema que organice el fenómeno del color desde el punto de vista del estímulo
luminoso los primarios estarán dados por luces monocromáticas roja, verde y azul, y si uno le pregunta a un colorimetrista, a un iluminador o a un técnico en televisión, la respuesta será que esos son los colores primarios. Para los pintores, acostumbrados a trabajar con pigmentos y mediante mezclas sustractivas, los primarios han sido tradicionalmente el amarillo, el rojo y el azul, mientras que los secundarios, obtenidos por mezcla de dos primarios, el naranja, el verde y el violeta. Para un sistema cuya utilidad esté dirigida a la industria gráfica los primarios serán el amarillo, el magenta y el cian. Para los sistemas que consideran al color como sensación psicológica, los primarios estarán dados por las nociones primigenias acerca del color que se encuentran en la base de casi todas las culturas, y entonces los primarios —organizados
generalmente de a pares en polos de oposición— serán el rojo y el verde, el amarillo y el azul, el blanco y el negro.
Las organizaciones de colores más antiguas suelen ser simplemente listados de nombres de color o escalas lineales —generalmente expresadas en forma verbal, sin representaciones gráficas que nos permitan inferir otro tipo de relaciones— o a lo sumo esquemas bidimensionales en forma de triángulos o círculos de color. Entre los primeros podemos mencionar los cinco colores de la filosofía china antigua (azul, rojo, amarillo, blanco y negro), relacionados con los cinco elementos (madera, fuego, tierra, metal y agua) y con las cinco localizaciones metafísicas (este, sur, centro, oeste y norte), según la reseña de Dong y Jin (1989), y la escala de Aristóteles [384-322 AC], con blanco y negro en las puntas y una serie de colores cromáticos intermedios ordenados linealmente entre esos extremos de luz y oscuridad (Aristóteles c.350 AC: par. 442a).
Un ordenamiento verbal de los colores, que según algunos autores podría ser reconstruido como un círculo o un cuadrado cromático, e incluso como un doble cono, una doble pirámide o una esfera (Parkhurst y Feller 1982: 226-227), se encuentra en el tratado del arquitecto italiano Leon Battista Alberti [1404-1472] Sobre la pintura (Alberti 1435 [1956: 49-50]).
El Sistema Natural del Color (NCS).
En el modelo NCS, los cuatro colores cromáticos —amarillo (Y, Yellow), rojo (R,Red), verde (G, Green) y azul (B, Blue)— se disponen en un círculo dividido en cuatro cuadrantes, y este círculo es atravesado por el eje que va del blanco (W, White) al negro (S, Svart, en sueco, o Schwarz, en alemán).
Todos los triángulos reunidos forman un doble cono cuya estructura esquemática ya vimos en la Figura 6.
En términos matemáticos, la composición visual de un color determinado (F, Farbe en alemán o Fårg en sueco) puede ser expresada por cada uno de sus atributos elementales —negrura, blancura, amarillez, rojez, azulinidad y verdosidad— cuya suma total da 100:
Las críticas que suelen hacerse a los sistemas como el NCS, basados en la teoría de los colores oponentes, pueden resumirse en dos puntos. Una cuestión es el hecho de incluir al amarillo como un color primario, siendo que el mismo puede obtenerse como mezcla aditiva de rojo y verde. El otro aspecto, en cierta forma consecuencia del anterior, es que en la intersección de los tres ejes de oposición coinciden tanto los puntos medios de la combinación blanco-negro y amarillo-azul, que dan neutro, como el punto medio de la combinación rojo-verde, que da amarillo. Los partidarios del NCS y de los sistemas de colores oponentes argumentan que ellos no consideran a los primarios desde el punto de vista de la física o la colorimetría sino como sensaciones psicológicas y que esa es la forma en que la gente percibe naturalmente los colores.
sensaciones cromáticas puras, no tienen rastro alguno de negro ni de blanco por igual, y por lo tanto no están más cerca del uno que del otro.
El sistema NCS ha ido ganando cada vez mayor difusión y aceptación en todo el mundo. En 1996 se publicó una reseña muy completa de las investigaciones y desarrollos que condujeron a la concreción de este sistema con su atlas, así como algunas de sus aplicaciones (Hård, Sivik y Tonnquist 1996), y en 1997 los tres principales responsables del desarrollo del NCS —Hård, Sivik y Tonnquist— recibieron el premio Judd de la Asociación Internacional del Color, máximo reconocimiento que se otorga cada dos años a los investigadores en color.
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